Un mes de orgasmo ininterrumpido (y esto no tiene pinta de parar)
Este mes ha dado mucho de sí. Dublín, ¿quién me lo iba a decir? Cuando me ofrecieron el venirme tenía ciertas dudas en mi cabeza... Irlanda otra vez... Pero después de este mes apoteósico sé que Armagh no es Irlanda y que quedan muchas cosas aún por hacer en esta isla.
Por ahora llevo dos cajas de cereales, un paquete de gofio, dos medias decenas de huevos, dos bolsas de naranjas, otras dos de peras y manzanas, tres películas en el cine (moon, inglourious basterds y los abrazos rotos), dos "cenas" en casa (celebrando el cumple de mi hermana favorita y "house warming"), una noche de bares, dos fiestas-cenas en casa de Ruggero (ya diré luego quien es), una carrera de 10 millas (con sonrisa de sufrimiento en todas las fotos), dos zambullidas en el mar irlándes, dos días en el festival de culturas, y finalmente este último fin de semana que sobrepasa todo lo anterior.
Al finalizar la primera semana de convivencia con mis compañeros de piso aparecí en casa con cordero y una tartita para celebrar el cumpleaños de mi hermana. Y de paso tener una cena los cuatro juntos. Comimos de miedo y luego llamamos a Raquel para felicitarle en distintos idiomas. ¡Felicidades otra vez, chiqui! La segunda cena fue una catástrofe, no por la comida en si, que estaba riquísima (croquetas de pollo, tortilla española, ensalada, paella y queque con chocolate). Fue una catástrofe porque lo anuncié como "fiesta" y no como cena, así que los que no eran de Armagh vinieron cenados. Para mis compañeros de piso resultó ser mejor, porque así se pusieron las botas. Esa noche conocí a Ruggero, no fue en mi casa sino en otra "house-warming" que ocurría al otro lado del Liffey. Era mi compañera de piso quien estaba invitada a la fiesta, pero Andrew y yo nos unimos a la juerga. Ruggero era el anfitrión de la fiesta, él como yo también es físico y también celebraba el comienzo de un nuevo techo, pero su experiencia en Dublín hizo que su fiesta fuese un completo fiestón (incluso con tómbola con premios para todos).
La semana siguiente trajo sus dos baños en el "cálida" agua del mar irlandés. El primer chapuzón fue a cuenta de uno de la universidad quien fue el que me enseñó el lugar llamado "40-foot". Es un lugar abierto al mar que está habilitado con escaleras para salir del agua (para entrar se recomienda saltar de una roca). Ese fin de semana fue el festival en Dún Laoghaire (/dunleire/), al lado de los 40 pies. El festival "world of cultures" es parecido al Womad que tenemos en canarias. Son dos días de conciertos, espectáculos y mercadillo con cosas de todo tipo de culturas. A Ruggero lo encontré el sábado y quedamos en que al día siguiente llevaríamos la toalla y el bañador para darnos una zambullida. Y así hicimos, al día siguiente, Ruggero, un amigo polaco, Paola (mi compañera de piso) y yo nos metimos al agua después del último concierto (sobre las 9 o así).
Dos días después Ruggero invitó a todos los que nos encontramos en el festival a cenar a su casa. Cocino rissotto con champiñones. Riquísimo. Y ahí fue donde acordamos la siguiente. Iríamos al EP el fin de semana, al que por supuesto no teníamos entradas.
El viernes me desperté con un mensaje en el móvil. Decía: "leave today after work???". No era exactamente lo que tenía pensado, pero quedé con él para comer y que me contara sus planes. Su plan: terminar de trabajar a las 5, ir a casa, preparar el saco y la tienda, coger la bicicleta y pedalear... Todo el plan me pareció bien, pero lo de pedalear... humm ¿dónde dices que es el festival?" "En Stradbally", "y eso está ¿dónde?" "a 100 km de aquí".... "Venga, ¡va!, ¿por qué no?". Desde ese momento me entró un noséqueyo por dentro, una explosión de adrenalina dominaba mi cuerpo. Fui a pedirle la bicicleta a Paola, que luego descubrí que tenía una rueda picada. La metí en el coche y la llevé a arreglar. Después de todo el jaleo de la rueda, Ruggero y yo estábamos ya pedaleando juntos, eran las 20'30 y quedaban 100 km por recorrer.
Seguridad la mínima, al menos yo llevaba un linternita y un chaleco reflectante. Y las carreteras de Irlanda, una vez que dejas la ciudad son oscuras, estrechas y los coches van como loooocos. Pero nosotros con tranquilidad, dale que te dale a los pedales. Por supuesto, como buena historia que se preste nos perdimos. Y nos volvimos a reencontrar (con el camino). Las referencias que teníamos de internet decía que se tarda cinco horas... llevábamos cinco y aún estábamos por la mitad. Eso sí, disfrutando de la buena noche que hacía y la gran luna llena que iluminaba el camino. A la 1'30 decidimos acampar, en la granja de una casa. Al día siguiente los dueños de dicha granja nos invitaron a café con leche y tostadas. ¡Qué buena gente! Salimos de allí a las 10 y por cuatro horas más estuvimos pedaleando. Habíamos llegado al pueblo. Estábamos super-felices de haberlo conseguido, ya la mitad estaba hecha, ahora quedaba la segunda parte, lo que le daría los 3 puntos que le faltaba a la aventura para que fuese del 15! Esos puntitos vendrían si conseguíamos entrar al concierto. A las 7 ya estábamos saltando de alegría y bailando como locos, no había dolor, estábamos en dentro. Lo habíamos conseguido.
El festival estaba inundado de barro por todos lados, y nosostros los únicos que no llevábamos botas. Dos días de conciertos, bailoteo y conociendo gente y más gente.
La vuelta fue mucho más sencilla, cogíamos la guagua directo a Dublín. De ahí a la cama sólo 10 minutos más sobre el sillín.
Esto ha sido casi todo lo que ha dado de sí el mes... ahora parece ser que tengo una semana tranquilita para luego a la carga con el "city-chase" y el medio maratón. Mientras sigo con las clase de yoga en el parque, viendo pelis en el cine y trabajando en esta ciudad llena de cacerolas de oro, pero para verlas hay que encontrar a los duendes primero.
